Los fármacos tiroideos se usan para reemplazar o suplementar las hormonas tiroideas cuando el cuerpo no las produce adecuadamente. El fármaco tiroideo más común es la levotiroxina sódica, que es una forma sintética de la hormona tiroidea T4. La levotiroxina se convierte en T3 en los tejidos periféricos y ayuda a aumentar el metabolismo y la función celular. La levotiroxina se usa comúnmente para tratar el hipotiroidismo, una afección en la que la tiroides no produce suficientes hormonas tiroideas.
Los fármacos antitiroideos, por otro lado, se utilizan para bloquear la producción de hormonas tiroideas cuando la tiroides produce demasiado. La producción excesiva de hormonas tiroideas se llama hipertiroidismo y puede ser causada por una afección llamada enfermedad de Graves o por un bocio tóxico multinodular. Los fármacos antitiroideos más comunes son el metimazol y el propiltiouracilo, que inhiben la producción de hormonas tiroideas al bloquear la síntesis de la hormona T4 y T3.
Aunque los fármacos tiroideos y antitiroideos son muy útiles en el tratamiento de afecciones tiroideas, también pueden tener efectos secundarios significativos. Los fármacos tiroideos pueden causar sudoración excesiva, ansiedad, aumento de la frecuencia cardíaca, pérdida de peso y dificultad para dormir. Por otro lado, los fármacos antitiroideos pueden causar efectos secundarios como erupciones cutáneas, dolor de estómago, fatiga, pérdida de sabor y disminución del recuento de glóbulos blancos.
En conclusión, los fármacos tiroideos y antitiroideos son esenciales en el tratamiento de afecciones tiroideas y pueden mejorar significativamente la calidad de vida de las personas que las padecen. Sin embargo, es importante que estos fármacos sean prescritos y monitoreados cuidadosamente por un médico para garantizar que se administren de manera segura y efectiva.
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